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Foto - Mecedora.jpg
  • Jackeline, nos están mirando —le advirtió mientras trataba de apartar sus manos del cuello de su prometida.

  • Solo será un momento —rebatió ella sin abandonar su papel de ahorcada, reteniéndolo.

  • Suéltame, Jackeline, esto es bochornoso.

         El severo tono de voz le hizo ver a la joven que Isidro parecía estar ahogándose en su propia saliva, por lo que lo soltó de inmediato. Cuando se volvió hacia él, descubrió que su rostro se había teñido ligeramente de rojo, sus ojos rondaban por todos lados, evitando deliberadamente los suyos, y sus manos se aferraban nerviosamente a su levita, alisando unas arrugas inexistentes, recolocando una imperfección ausente. Jackie se sintió terriblemente mal al comprender que lo había avergonzado.

  • Pensé que sería un retrato divertido —se explicó de un modo conciliador.

  • Siempre piensas al revés —le espetó él.

        La violencia del silencio que se hizo obligó a Isidro a reunir el valor para enfrentar la mirada de su prometida. Sus ojos abiertos y vidriosos le hicieron ver que la había herido con sus palabras, por lo que respiró hondo y le dijo:

  • Yo no me estaba divirtiendo. Pretendías que quedara para la posteridad algo ridículo —se rio sin demasiado entusiasmo en un intento por buscar la complicidad en ella—. Hasta el pintor se estaba burlando de nosotros —le susurró.

«Jackeline Dankworth y los hermanos Merino» (Día IV),

de Mariana Bruma

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