top of page
Foto - Mecedora.jpg
  • En cuanto me dejan sola, suelo imaginarme corriendo hacia un cajón o un armario del salón y regresando al sofá a gran velocidad. Me visualizo yendo y viniendo, sin llegar a abrirlo. Pensar que los anfitriones pueden descubrirme me altera demasiado y no siempre me permite actuar —le había explicado Jackie cuando, tumbadas sobre la cama del apacible dormitorio de Ana, resplandeciente por el sol, las dos se decidieron a confesar—. Estoy allí sentada, rodeada de tantos muebles hermosos que me susurran «Ábreme, ábreme» y me empiezo a reír solo de vislumbrarme a mí misma tropezando con los faldones del vestido en el intento.

      Su semblante se había ido iluminando mientras revivía lo que sus palabras relataban.

  • Yo creo que en esas ocasiones mi rostro refleja lo que he estado a punto de hacer. No puedo evitar que una sonrisilla se me escape —añadió, entonces, con sus labios esbozando inconscientemente esa misma mueca al tiempo que la evocaba—; una sonrisilla tonta, como aquella que no se puede reprimir cuando se piensa en el galanteo o en la caricia de un hombre.

  • Yo, en cambio, no puedo sonreír; no soy capaz; me altero demasiado como para que cualquier emoción alegre o el cosquilleo de la diversión afloren. Creo que me quedo… tranquila, aparentemente inalterable, como siempre, aunque aún más callada de lo normal, como si, de algún modo, el mero hecho de haber imaginado el… crimen —dijo Ana, riéndose por el concepto que escogió usar— me delatara en el instante en el que vuelvo a estar acompañada.

  • No es un crimen —defendió Jackie jovialmente—. Fisgonear no se encuentra entre los mandamientos. Además, mi intención no es fisgonear; no pretendo leer cartas de amor secretas o inspeccionar las joyas de una dama. La expectativa de lo que no debería encontrar es lo que me incita a abrir un cajón. Es emocionante pensar que, en lugar de hallar un… diario, podría descubrir algo extraño, algo sórdido.

  • ¿Algo sórdido como qué? —le preguntó Ana.

  • ¡Como un dedo! —exclamó Jackie, fingiendo una voz grave y carrasposa mientras le hacía cosquillas a su amiga.

«Jackeline Dankworth y los hermanos Merino» (Día I),

de Mariana Bruma

bottom of page